miércoles, 9 de mayo de 2012

De los llanos al eje cafetero





BOGOTÁ
A principios de abril la Banana bajó una cordillera andina para subirse a otra y así llegar a Bogotá; no sólo era Semana Santa también era la semana del Festival Iberoamericano de Teatro.  William, un amigo que habíamos conocido en Cartagena, también nacido en clownlandia, nos esperaba a la entrada de la capital para guiarnos al Teatro "El Contrabajo", donde Héctor nos esperaba para darnos posada.

 El Contrabajo merece un gran aplauso por habernos recibido con una gran buena onda, y por su trabajo social y artístico. Es una sala de teatro concertada (es decir, recibe financiación por parte del estado colombiano) que se ubica en el barrio
 Bosa -La Despensa, en la extrema periferia sur de Bogotá. Lo hermoso de este teatro es que surge en un barrio popular, que trabajan con los chicos y chicas de la comunidad y cada sábado la gente toca a su puerta para saber que nueva programación hay. Uno de los domingos pudimos participar en una animación comunitaria en un barrio de escasos recursos. Bravo Héctor y bravo Hernán!

 
Gracias a este contacto Massi y yo pudimos mirar a Bogotá desde su periferia sur que es muy diferente que conocerla desde su centro. El primer día que tomé un bus me perdí, logré salir airosa de un robo, viaje como  "sardina en lata" en la hora pico y pasé mucho frío. Me enojé con la ciudad aunque ella no tenía la culpa. Ella es así: un monstruo planificado.
Bogotá no hace mucho para caer bien y no quedaba otra que disfrutar de lo bueno: Massi y Ana participaron en los cursos de teatro, vimos varias presentaciones, estuvimos en el concierto de Manu Chao en la Plaza Bolivar y presenciamos el concierto de tango que fue de cierre del Festival de Teatro. Ana fue a la casa de un chico apodado Amaranto, que la cuidó de su gripe con sus recetas naturales basadas en...amaranto.


 Una de las cosas más linda fue que pudimos re-encontrarnos con varios amigos y amigas del camino: además de William y Sandra, coincidimos con Erika una viajera argentina que conocimos en Cartagena; con Serena una fotógrafa italiana sonriente y soñadora, también conocida en Cartagena; con Aquiles, el brasileño con quien convivimos uno días inolvidables en San Cristóbal (México) y su novia Andrea; con Ivone y Cami las hermanas que conocí en la Guajira y con Adriana (ver capítulo sobre Medellín).
 



 El último día, antes de salir a Villavicencio, preparamos una pasta italiana en el Teatro que se convirtió en una fiesta de locos!



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VILLAVICENCIO

Llegamos a Villavicencio, al sur este de Bogotá, de noche directamente
a la casa de la familia Henry Sepúlveda y Claudia Ospina, ambos odontólogos, (sí, el abrazo de la familia Ospina es grande como toda Colombia!).
Villavicencio fue un lugar de inolvidables récords bananeros:

 • Aquí tuvimos el mayor número de funciones en una semana: 10 en apenas cinco días y hasta tres presentaciones por día... e inclusive rechazamos algunas!
 • Mayor número de público: una de las funciones fue con 950 niños!

 Entre otras, armamos una función dentro de la Aldea La Aurora, donde viven Henry y Claudia y decidimos promocionarnos pasando por las casas con la Banana. Massi manejaba, yo me meneaba en el techo de la furgoneta y Ana con el equipo de sonido a todo volumen invitaba a la gente, a los perros y a los enanos de jardín!


Con esa rutina nos acostamos muertos de cansancio pero completamente felices. En los momentos de descanso estuvimos compartiendo la vida cotidiana de Claudia y Henry, de su hijo Juanes, de su trabajadora María y de su círculo de amigos y familiares. Cocinamos mucha comida vegetariana, nos bañamos en la piscina del barrio, jugamos al ping-pong, organizamos un paseo al río, German y Nancy nos invitaron a cenar e inclusive tuvimos una sesión de masajes y un par de noches de Karaoke.
 





El disfrute fue recíproco y la Banana empapó con su locura la casa de Claudia y Henry.
Un gracias aparte por la limpieza y arreglo de los dientes!!!



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EN LA LINEA SIN FRENOS

La “línea” colombiana puede ser muy peligrosa y más aún si se toma sin frenos.
Nada de doble sentido, no tiene nada que ver con la coca. La línea es una carretera sinuosa, de muchos precipicios y camiones, una de las más peligrosas de Colombia.
Y justo allí la Banana se queda sin frenos. ¡Los que sí pararon fueron nuestros corazones!
 Ana dice siempre que la nariz y la sonrisa en la trompa de la Banana nos traen buena suerte y protección. Ahora creo que es cierto porque en ese momento la carretera no estaba muy pendiente, no había carros, ni
camiones e íbamos bastante despacio. Fue la fortuna, el destino, suerte o un milagro.

 Total que el carro paró y nuestros corazones pudieron volver a latir.

 Pero las aventuras del día no habían terminado. A los dos minutos estaban llegando dos mecánicos en una motocicleta; en “la línea” haytantos accidentes que a los mecánicos no les conviene tener un taller sino que prefieren andar por la carretera. Los dos compinches desarman, arman, se van, regresan y nos presentan una factura de 68.000 pesos por la compra de un empaque más 80.000 por la mano de obra (en total 85 dólares). Los dos compinches no nos convencían nada. Ana y yo salimos de investigadoras especiales y descubrimos que el empaque valía apenas 
5.000 mil y que la factura era falsa. Se arma el pleito y después que arreglaron la banana nos fuimos sin pagar nada esperando que aprendan la lección de no estafar a la gente.


 Esa misma noche llegamos a Salento, un pequeño pueblo en el eje cafetero. La noche es hermosa y estoy alegre, siento una especie de excitación bajo la piel que al inicio no reconozco pero después entiendo: estoy feliz por estar viva! Así que fuimos a celebrar comiendo unas buenas trucha en un restaurante; además los frenos nuevos nos salieron gratis!

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LLEGAMOS AL EJE CAFETERO

En Salento teníamos un contacto de un tal Enrique que jamás pudimos encontrar, tal vez no exista. Mientras estábamos tratando de acampar a la orilla de un camino en el bosque, en el medio de una noche lluviosa, pasa un carro: -“Hola, ¿tienen algún problema?”. Así conocimos a Allans y Mauri quienes, sin dudarlo un segundo, nos invitaron a quedarnos en su finca. Una demostración más del tremendo  amor y solidaridad del pueblo colombiano.

Allans es un hombre de 55 años, con bigotes negros y cachetes rojos, parece que la sangre le corre muy rápido por las venas. Es un gran trasnochador, bailarín de salsa y rock, siempre alegre, tiene mil anécdotas para contar; para él  siempre es el momento justo para un brandy. Mauri es su amigo, trabajador infatigable y tiene un corazón tan grande que se le sale del pecho.

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Ana versus migración (último capítulo)

Justo en esos días llegó la respuesta de migración a su carta deapelación.  Apelación rechazada: Ana tenía apenas unos días para deportarse de Colombia. En la oficina de migración de Armenia, después de interminables esperas, un empleado le ofrece comprarle el comprobante del pago que ella había hecho para extender el permiso de
turista,  consignación que nunca había utilizado.
 “No sabía que esto se podía vender” dice Ana.
 “Te quiero ayudar” le contesta el empleado y le pasa un billete de 50.000 pesos (30 dólares). Pero al subirse al bus, Ana usa ese billete para pagar y... resulta ser falso!
Imagínense la cara de Ana después de este otro abuso. Al día siguiente regresó a la misma oficina echando humo por la nariz y las orejas, denunció  a ese empleado tanto por aprovecharse ilegalmente del documento como por el billete falso. Grande Ana! Acto seguido, se convocó a todos los empleados, llegó una supuesta superior desde Pereira y no sabemos más.
A Ana le dieron su legajo de deportada, compra un boleto de bus
 para Ipiales, frontera con Ecuador para irse al día siguiente.

 Así se cierra este penoso capítulo, así de perverso y corrupto es el
 sistema burocrático colombiano.

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LA PRIMERA DESPEDIDA DE ANA

Allans  no paró de hacer llamadas durante una hora desde su celular. Después dijo: “Vamos a hacer una buena fiesta de despedida para Ana”. Y la fiesta fue buena, si señor, nos la pasamos bailando y brindando con un puño de amigos y amigas desconocidos hasta que el cuerpo dijo basta.

 El día siguiente, acompañamos a Ana a la terminal de buses. La vamos a ver en pocas semanas en Ecuador pero igual nos conmovimos. Llevamos
casi un año viajando juntos y su presencia se ha vuelto tan esencial como respirar o cargar gasolina a la Banana. Massi y yo regresamos a  Salento casi sin hablar.
 

Con Ana hemos compartido todo lo que hay en la Banana desde la almohada hasta el tenedor, desde el peine hasta los zapatos incluyendo
la copa de luna. Por las noches nos hemos peleado por la sábana y por las mañanas nos hemos contado los sueños. Hemos compartido el aire, el tiempo y el espacio, hemos estado tan cerca que nos contagiamos de los sentimientos y así la risa de uno se convertía en la carcajada descontrolada de todos y la tristeza de uno en una tristeza colectiva.

Día con día hemos terminado por parecernos más, Ana ha aprendido a hacer la pasta italiana y nosotros a cebar el mate, ella a tomar el café sin azúcar y nosotros a putear en argentino. Juntas hemos gritado viendo los delfines en Puerto Escondido, hemos brindado con vino fino en el Banco Central de Managua, hemos visto la muerte en la cara en Honduras, nos hemos perdido en el tráfico de Ciudad de México y de Bogotá y en todos los lugares hemos hecho reír a miles de niños. Hemos tomado decisiones importantes como la de no comer carne o de hacer la pedicure en el mercado de San Salvador.
Pero más allá de todo lo que hemos dicho, hecho y desecho creo que lo más importante es lo que fuimos los unos para los otros: íntimas compañeras de un sueño, de un maravilloso presente que estábamos viviendo. De Ana siempre habrá sólo una en nuestros corazones: la amiga, compañera, hermana ANA BANANA!




1 comentario:

  1. Gracias, siempre gracias por sus palabras. Este post me conmueve personalmente. Imagino esa intensidad de los sentimientos.

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